Monday, November 21, 2005

Hasta siempre RH

Sentado a la mesa, en el mercado cercano a mi casa, leía la nota aclaratoria que Rafael Humberto Moreno - Durán hizo para la edición de su libro de cuentos Metropolitanas, editado por la Dirección de Literatura, hacía exactamente trece años y lo que me impacto fue que yo leía un libro trece años después, es decir que yo leía un libro que vio por primera vez la luz hacía veintiséis. Escribo esta nota trece años después de haber conocido a R H, hoy en su primer día de ausencia. Estuvimos juntos en el DF, en Guadalajara, en Monterrey, en Tlaxcala, en Huatulco y en Bogotá. Viaje el trayecto México – Guadalajara, por avión con él a mi izquierda , en un autobús rumbo a San José de la Escalera a la fábrica del Herradura, en tren de ida y vuelta a Guadalajara y al DF, en un autobús a Tlaxcala y en trajinera en Xochimilco y más de dos veces me emborrache con él y una vez le escribí una carta y la última vez que lo vi a la salida del Hotel Guadalajara Plaza Expo le dije que lo quería un chingo y me cae que si. Pero esto no hubiera sido posible sin mi querido Hernán Lara Zavala que ideo los encuentros de escritores y sin mi compadre Armando Domínguez que me invito a escucharlos. No sé si los todos los libros que escribió están en biblioteca pero su presencia es una de sus columnas. Es la primera vez que se muere, para mí, un amigo, y si me siento en un campo árido en el que me conocen las piedras, me alumbra el sol y me protege la sombra de las nubes, pronto sacaré mi silla para esperar que pase RH, le invitaré un tequila o dos, lo que él prefiera, y dejaré que siga su camino.

Monday, November 14, 2005

Armando Domínguez


La primer imagen que tengo en los archivos de mis recuerdos sobre Armando Domínguez, ahora mi compadre, se remonta a un recreo en la secundaria. Juntos cursamos en la número 86, ubicada en el Cerro de la Estrella, en Iztapalapa. Fue en uno de esos descansos de quince minutos que se prolongo más de lo acostumbrado, quizá por que los profesores estaban en alguna junta o en un festejo. A todos los alumnos se nos había subido el nivel de actividad y comenzábamos a correr y maquinar más de lo permitido. El patio era el hervidero de las travesuras. Por alguna razón yo estaba cerca de la puerta de la dirección y junto a ella algunos de mis compañeros jugaban luchitas en el suelo y de pronto apareció Armando con su camisa blanca impecable, su bigote a medias tintas y su cara llena de pecas muy parecida a la de su hermano Miguel “El Teco” quien era mi compañero de salón. Nosotros íbamos en primero y el en tercero. Lo que más me impacto fue el parecido. La visión fue de centésimas de segundo, pero como lo fugitivo permanece y dura aquí estoy con la evocación. Dos años después cuando El Teco y yo cursábamos tercero Barry, otro miembro del clan Domínguez, estaba en primero. Durante esos años nos hemos de haber cruzado infinidad de ocasiones porque yo era asiduo visitante de su casa pero su presencia se me escapa. Soy un fan del mole de cacahuate de Doña Teresa, su mamá. Ella en días nublados se asomaba por la puerta que daba a la cocina y decía: “debe estar lloviendo por Insurgentes” Esa referencia siempre me ha parecido tan fascinante que yo también pienso que debe de estar lloviendo por Insurgentes. Su casa también estaba enclavada, en el Cerro de la Estrella. Lalo Galván dijo alguna vez que a él le gustaría ser como los Domínguez por que se la pasan riendo todo el día en su casa de tanta ocurrencia. Ese humor esta muy presente en Cutberto, otro Domínguez. Armando además de jugar futbol e irle a los Pumas en la colonia se juntaba con los Panaderos a los que les gustaba cantar y dar serenatas. Algunos de ellos pertenecieron al coro de la iglesia. Cierto día llegaron unas monjitas venidas de lejos, pero de muy lejos. Una de ellas había nacido en Pericos, Sinaloa (misma ciudad de Arnoldo Martínez Verdugo, distinguido militante del PSUM). De ella se prendó, se enamoró y se casó. Candelaria Camacho cambió los hábitos. Hoy día son padres de tres príncipes herederos de la corona universal y becarios de la Fundación para el buen desempeño del deporte, el canto y la cultura Domínguez Camacho inscritos en la fe como lo manda el Señor. Pero regresemos con Armando que apura el trago y destapa con el encendedor otra Modelo bien helada, en envase de vidrio. Los Panaderos, inquietos como gusano en comal caliente, hicieron equipos de Futbol y con el tiempo se les ocurrió que ya que serían los festejos de la colonia organizar actividades deportivas y culturales. Pues ahí los tienen organizando fiestas para sacar fondos y un largo e te ce. Un día que esperaba a uno de sus hermanos Armando salió todo bañado para irse a su trabajo en la UNAM, con su libro de Carlos Castaneda bajo el brazo (que nunca leyó) y me propuso participar con lectura de los cuentos de Juan Rulfo entre número y número en el templete principal. Propuse que mejor nos organizáramos y formáramos un grupo que leyera poesía de autores latinoamericanos con música de los Beatles. Le pareció bien. Esa propuesta me vino por que había ido a la presentación del libro de Mario Benedetti Yesterday y mañana, en donde Benedetti camina con los de Liverpool. La parte poética estuvo a cargo de Virginia Ruiz, Morcobardo García y yo, en la musical Pepe Puente en el contrabajo, junto con Barry y él en las guitarras. Los poemas fueron de Jaime Sabines y Pablo Neruda, entre otros. La tarde de nuestra presentación cayo una tormenta que forzó al público a refugiarse con algún vecino o debajo de un techo. De esté éxito, el de la fiesta, surgió el Comité Juvenil Deportivo y Cultural de El Manto, para abreviar COJUMA. Ahí estaban Rogelio y Arturo Germán, las Marín, Fernando Sánchez, los Changos, los Puente y los ya nombrados. Fue una toda experiencia religiosa que duro muy poco. Dos o tres veces al año organizamos torneos en varias disciplinas deportivas; por intermediación de Cutberto se presentó en muchas de las calles de la colonia Javier El Pelón con su grupo de teatro, quienes actuaban paráfrasis de obras de William Shakespeare. La comunidad entro en una dinámica fue tal que ese año, sin que nosotros lo propusiéramos, cada calle se organizó e hizo su posada. Era tan estimulante ver en las noches correr alrededor de la cancha de futbol a chavitos que antes inhalaban cemento. Además entre nosotros nos creímos actores y montamos con ayuda de Enrique Urrutia Jesucristo Gómez, que nunca representamos para un público. COJUMA paso a mejor vida, Urrutia quien trabajaba en la delegación Xochimilco nos llevo a algunos de nosotros con él, con la idea de reproducir nuestra experiencia allá. No hubo los elementos adecuados pues el salario no llegaba en tiempo y forma. En esos días yo esperaba a que llegara Armando a las cuatro de la tarde y me convidara una torta que me comía en el estacionamiento. Ese gesto solidario es y fue muy significativo. Para este tiempo Armando había hecho algún examen que lo puso en otra categoría laboral. Se convirtió en el encargado de prensa de la Dirección de Literatura de la UNAM. Le toco ir a Guadalajara a un encuentro de poetas y ahí conoció a Elia Nandino. Me invito, después, a la inauguración del Encuentro de Poetas del Mundo Latino. Entre los poetas estaban Eliseo Diego, Juan Gustavo Cobo Borda y Pablo Antonio Cuadra. No podía creer el momento mágico que vivía. Ahí nos hicimos amigos de Estela Mungía, Irma Hidalgo, Adriana Mondragón y Alfredo Pujol. El día de la clausura terminamos leyendo poemas en la madrugada en casa de Javier Molina. Quede prendado de aquella maravilla que ya no me moví de ahí. A los pocos días me fui de indocumentado a Morelia al encuentro de narradores. En el que participaron Enrique Vila Matas, Sergio Pitol, Mauricio Molina, Pedro Ángel Palou, Senel Paz, Arturo Arango, Ana Lydia Vega y Luis Britto García, entre otros. De nuevo su solidaridad y su paciencia, durante un año con sus meses y días acudí a la Dirección de Literatura a trabajar sin percibir salario. Por primera vez me subí a un avión pues el encuentro de poetas se trasladaba al interior del país fuimos a San Luis Potosí con Blanca Luz Pulido, Elena Tamargo, Enriqueta Ochoa, Félix Grande y Javier Sicilia. Armando se fue a Chiapas con otro grupo encabezado por Hernán Lara Zavala. Esto sería a finales de octubre y un mes después yo acudía a las juntas de organización de esto y aquello y más allá. Me hospedaron en el Hotel Majestic al que llegué con solo el boleto del metro de ida y creo que nunca he regresado. Recibí a todo Dios. La lista es grande y entrañable: Moreno – Durán, Salvador Garmendia, Tununa Mercado, Luisa Valenzuela, Antonio Skármeta, Lichi Diego, Silvia Molina. Nos fuimos todos en tren hasta a la feria Internacional del Libro en Guadalajara. Salimos un viernes de quincena del hotel sin trasporte, recuerdo que caminaba cuadras tras cuadra para traer los taxis pero llegamos puntuales. No así Hernán Lara Zavala, quien como Indiana Jones, aventó la maleta al tren y luego él salto. La estación de Buenavista estaba vacía, imagino que la abrieron para nosotros. Entre los demás pasajeros estaban Gonzalo Celorio, Martín David del Campo, Aline Petterson, Leonardo da Jandra, Morelos Torres. A este viaje Moreno – Durán lo titulo el Tequila Express. Entre a trabajar formalmente a la Dirección de Literatura. En aquel encuentro en Morelia al que fui indocumentado nació Irlanda la menor de sus hijos y de la que soy padrino de bautizo. De Eumir David, el segundo, soy padrino de primera comunión. Los cambios burocráticos nos alejaron, pero no así el recuerdo ni el cariño. El verano pasado los acompañé al bautizo de su sobrino Santiago Camacho a Los Ángeles, Cande y Armando fueron los padrinos. Esa misma burocracia nos ha vuelto a juntar y ahora trabajamos en la Revista de la Universidad de México. Debo anotar que aquel parecido de la adolescencia con sus hermanos cambio, aunque en realidad todos ellos se parecen en lo físico.

Wednesday, November 09, 2005

Hernán Lara Zavala me pidió que fuera al Gran Hotel de la Ciudad de México y llevará a la Fonda San Ángel a tres escritores colombianos. Amigos suyos y que estaban de visita en nuestro país por algún congreso o algo parecido, no lo recuerdo. Llegué tarde por ellos pues entreviste a Jorge Franco, autor de Rosario Tijeras, libro que se llevó a la pantalla grande y que ahora en las tiendas de discos se vende el soundtrack, con motivo de la publicación de la novela Paraiso Travel, y las entrevistas se recorrierón. Llegué algunos minutos tarde y ahí estaban los tres, quizá pensando que los mexicanos somos re impuntuales. Eran: Rogelio Echavarría, un hombre con toda la experiencia de la vida, trabajó en algún peridico colombiano con Gabriel García Márquez; Castillo poeta y amante de meterse en problemas por las más diversas cosas; y Juan Manuel Roca poeta y narrador. En el Tsuru detartalado de la Dirección General de Publicaciones de la UNAM los trasladé hasta el sur de nuestra capital. Como pude cruce por las desvencijadas calles del centro, que por ese entonces eran adoquinadas. Castillo le pregunto a Juan Manuel que a qué se debían las escabaciones a lo que recibió como respuesta: México es un país muy culto y hacían esas escabaciones para recuperar su patrimonio prehispánico. Hernán estaba a la mitad de un Herradura y una Modelo Especial. Después de la comida dejé a Echavarría en la calle de Veracruz en la colonia condesa en casa de Francisco Hernández. Ya con los tragos encima les propuse a mis dos pasjeros unas cervezas en El Tenampa. Eran la primera vez que yo entraba a tan afamado lugar. No así Juan Manuel y no sé si Castillo. Conversamos largo. Juan Manuel Roca dijo ser el Consúl de Comala aquí en la tierra. Comala existe, le informé, aquella visión lo desiluciono. Entre una cerveza y otra conocí el termnino bogotano " desenparajitablemente descrestado" que se usa cuando uno se queda de a seis o en palabras castellanas anonadado. Estuvimos tanto tiempo que aparecierón los japoneses que están en todas partes y bailarón el Mariachi Loco. Salimos con la luz del día. Otro día en Bogotá caminé con Juan Manuel de la libreria Lernel de la Avenida Jímenez hasta la Carrera 3 al restauarnte Fulanitos, altamente recomendable y después de la comida al Centro Cultural Bavaria, no sin antes mirar la ventana por la que en una de tantas veces El Libertador había uido. Del Centro Bavaria al Panteón. Está es una gran caminata como del cielo a la luna y de regreso. El paseo es agradable pues se atraviesa todo El barrio colonial de La Candelaria y se visita el lugar en que se fundó la ciudad. De nueva cuenta en México y luego de una comida oaxaqueña visitamos Juan Manuel, Eduardo Rivera y yo el Salón Colonia en las calles de Manuel M. Flores No 33 en la colonia Obrera. Pagamos nuestros boletos en la taquilla y entramos. Por un instante pensé que saliamos de la maquina del tiempo y entrabámos al México de las películas, el que ya paso. El tiempo no existió de sus sarcofagos salían las momias de la ciudad para vivir por unas horas su momento, su instante, su vida. Un enorme señor más parecido a una morsa, chimuelo y si su sotana morada de Obispo bailaba con la soltura de saberse lejos de su parroquia con una no tan timida Lolita; otra mujer que para alcanzar el hombro de su pareja con el brazo y mano derecha olvida su joroba; aquel señor, el que viene entrando a la pista coció al rededor de las solapas de su saco café un pasa liston garigoleado color oro y en todos sus dedos anillos de los que se desprendían pequeñas cadenas que sostenían cruces; los zapatos de dos colores, los vestidos con olor a naftalina, la mirada extasiada; pocos de los bailarines se sientan a las mesas para evitar consumir y aguantan la sed pues ante la fiesta de cuatro orquestas y saludos, sonrisas y abrazos ¿qué más?. Nosotros sentados en las sillas metalicas, con los codos sobre la mesa y nuestros vasos de plástico con brandy y coca no lograbámos antinar en dónde estábamos. Tan impactante fue aquel momento que Juan Manuel escrbió un poema que se titula "Salón Colonia" publicado dentro del libro Cantar de lejanía editado por el Fondo de Cultura Económica de Colombia. En recuerdo a ese momento extraordinario de nuestras vidas, a la amistad que nos asite y a la alegria de coinsidir es que le pongo a esta columna el nombre de Nueve horas en El Colonia. El número es por el día en que nací. Confieso que desde que estudiaba en la Facultad en la UNAM había querido tener una columna en algún diario y pues ahora se da.